Ya
hemos comentado en otras entradas que es a partir de la década de 1910 cuando
los motivos o escenas del Quijote se convierten en una temática recurrente en
los catálogos de los centros productores de cerámica, especialmente en Talavera
de la Reina y en Sevilla, ciudad en la que el resurgir de los azulejos
trianeros se venían produciendo desde la segunda mitad del XIX Es preciso situarse
en los primeros años del siglo XX para indagar en el origen de la iconografía
utilizada en estos talleres, especialmente en los sevillanos. La presencia en
la ciudad hispalense de cervantistas como Francisco Rodríguez Marín y José
María Asensio contribuyó a crear el clima adecuado para que un pintor
sevillano, José Jiménez Aranda, emprendiera la tarea de ilustrar una edición
del Quijote con motivo del tercer centenario, la de López Cabrera, que apareció
entre 1905 y 1908. Además de una cuidada edición de la obra cumbre de
Cervantes, con un juicio crítico de José R. Mélida, que comprendía cuatro
tomos, la publicación incluía otros cuatro volúmenes con ilustraciones que
permitían una lectura gráfica de la novela. Estas imágenes, que sumaban un
total de 800 láminas, respondían al personal empeño del pintor sevillano José
Jiménez Aranda, quien no pudo ver la obra publicada puesto que falleció en
1903.
Autorretrato
de José Jiménez Aranda. Quijote del
Centenario, 1905
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Atraído
por la obra de Cervantes desde su niñez, Aranda se esforzó en sus últimos años
en “hacer las ilustraciones a partir de la realidad para ser fiel al verdadero
espíritu del texto cervantino”. Buscó localizaciones y tipos adecuados, encargó
vestuario y armaduras, realizando de nuevo sus ilustraciones, tomando ahora los
modelos del natural. En su afán realista, Aranda se apartó de los modelos
idealizados de los personajes de la obra consolidados por los ilustradores
románticos extranjeros, como Doré. José Ramón Mélida dejó escrito que para
Jiménez Aranda el Quijote se había convertido casi en una obsesión y, desde
luego, en toda una pasión: “Pintó y dibujó el Quijote siempre. De mozo
principiante; al ganar su reputación y cuando los laureles lo consagraron; en
su ausencia, mejor en nostalgia de la patria; cuando regresó a ella y, por fin,
cuando vuelto a Sevilla, en sus últimos años, pudo consagrarse casi por entero
a su idea de toda la vida: hacer un Quijote en dibujos”. Antes de morir dejó
preparada una serie de 689 ilustraciones, que fueron completadas con otras 111
de la mano de artistas como Alpériz, Bilbao, García Ramos, Luis Jiménez, López
Cabrera, Moreno Carbonero, Sorolla, Sala y Villegas. El Quijote de Jiménez
Aranda era la edición más profusamente ilustrada de las publicadas hasta
entonces y el pintor se proponía, de acuerdo con el clima nacionalista propio
del regeneracionismo, devolver a la obra el carácter castellano y realista que,
a su juicio, los fantásticos dibujos de Doré y otros ilustradores extranjeros
habían desvirtuado.
Ilustración de Jiménez Aranda correspondiente al capítulo sexto, escena sexta, del Quijote del Centenario. 1905. |
A partir de entonces, el trabajo de Jiménez Aranda va a ejercer una gran influencia en la difusión de una nueva iconografía de Don Quijote, influencia que va a ser evidente en la creación de piezas cerámicas a cargo de los talleres sevillanos del momento. Los artesanos de Triana dibujarán sus motivos en los años siguientes realizando versiones simplificadas de las ilustraciones incluidas en el denominado Quijote del Centenario. Casas como Ramos Rejano o Mensaque reproducirán, con muy pocas variaciones, esta secuencia gráfica. Eso sí, cada taller le proporcionará a su serie ciertos elementos característicos. En la serie de Mensaque las escenas siempre presentan un filo o marco de color azul, mientras que otros fabricantes no presentan ese filo y las escenas ocupan todo el espacio. Otra característica distintiva es el color del caballo Rocinante, que es negro en la serie de Mensaque y marrón (o melado) en la de Ramos Rejano. En el caso de la serie de Mensaque, Rodríguez y Cía., la correspondencia entre la serie de azulejos y el primer volumen del Quijote del Centenario es prácticamente absoluta, hasta el punto de que la serie cerámica incluye solo y exclusivamente los once primeros capítulos de la novela, es decir, aquellos que se narran en el primer tomo.
Fotografías: Heredia y Maldonado.
En la Galería del Quijote del IES Vicente Espinel (Gaona), la mayor serie conocida de azulejos con motivos del quijote y la única cuyos azulejos se presentan ordenados, la obra de Jiménez Aranda sirve como índice para comprobar si la colocación de los azulejos sigue el orden correcto, algo muy útil cuando estamos hablando de un conjunto tan amplio. Un primer estudio de las piezas nos permite advertir que no hay un solo personaje en toda la serie creado libremente por los artesanos de Mensaque. Sin embargo, así como algunas escenas –muy pocas- de Jiménez Aranda se reproducen mediante dos azulejos, en otros casos se componen cuadros formados por figuras de dos escenas completamente distintas, complicándose la asignación a una escena u otra del mismo capítulo, o incluso de capítulos diferentes. En otros casos, es un solo personaje el que los artesanos de Mensaque extraen de determinada escena, y la incluyen en otra u otras que no tienen nada que ver con aquella, generando versiones diferentes de la misma escena. Pero esto último es un tema que trataremos en una nueva entrada de este blog.